¿Cuánto tiempo había dormido?
Recordaba vagamente el lugar al que había llegado después de pasar todo el día caminando entre la tormenta. La arena levantada por el viento no le permitía ver nada y tampoco conocía lo bastante la zona como para orientarse. Caminó sin saber hacia donde. Necesitaba encontrar un lugar en el que la arena no le lijara la piel y los párpados no arañaran sus ojos. Tenía agua para beber y lavarse la cara, pero sabía que sería una estupidez hacerlo sin estar resguardado. Notaba la arena que había entrado entre las capas de ropa hasta llegar a su piel y tenía miedo por su agua, no se hubiera convertido en barro...
No sabía cuantas horas había andado, ni en qué dirección, cuando entre la arena le pareció ver una pared.
No era tan extraño. Su intención era encontrar una ruta comercial que el desierto había cubierto. Allí se levantaban poco tiempo antes todo tipo de edificios: hoteles, restaurantes, bares... A lo largo de todo el camino había crecido una próspera ciudad. No tenía más calles que la principal y la parte posterior de los edificios carecía de ventanas pero llegó a ser muy rica.
Cuando consiguió alcanzar la pared y buscó una manera de entrar descubrió que sólo había ventanas. Debía tratarse de un edificio alto que el desierto todavía no había hecho suyo por completo. Pero poco quedaba. La ventana no tenía cristales, rotos al poco de comenzar la tormenta, y daba paso a un pequeño desierto entre paredes. Tampoco tenía mucho más donde elegir y allí la arena solo llegaría desde un lado.
El silencio, o lo que a sus cansados oídos les pareció silencio, hizo acto de presencia en cuanto saltó adentro. No había que preocuparse por restos de cristales deshechos por la arena. Aunque había mucha menos luz, la claridad le molestó cuando abrió los ojos por completo. Ya ni recordaba cuántos días llevaba sin poder hacerlo.
Cuando se acostumbró a su nueva situación una puerta al otro lado de la habitación llamó su atención. Estaba cerrada, lo que era una invitación a abrirla. Era posible que la arena hubiera respetado otras partes del edificio.
Una extraña sensación se apoderó de él. ¿Podría al fin recuperar su humanidad deshaciéndose de toda la arena y lavándose? Sin poder esperar, y sin querer hacerlo, se acercó a ella.
No encontró mucha resistencia cuando tiró de la puerta tras bajar el picaporte, pero la corriente de aire que se levantó hizo que toda la arena de la habitación echara a volar amenazando con ocupar el resto de la planta. Como un relámpago la idea de echarlo todo a perder pasó por su mente. Su cuerpo reaccionó al instante y saltando de nuevo cruzó y cerró la puerta a sus espaldas.
Lo que apareció ante sus ojos era el paraíso. Solo era un pasillo con puertas a ambos lados. Si bien el aire estaba cargado y se notaba cerrado, no había casi arena en el suelo. Al final pudo ver una escalera que descendía. Después de probar con algunas puertas que no cedieron a su empuje, decidió que lo intentaría en otras plantas.
Un par de plantas más abajo encontró una puerta que sí pudo abrir. Estaba en un hotel, aquello era una habitación. No tenía ventana pero si un par de puertas. Supuso que una sería del baño y la otra alguna sala o una comunicación con la habitación contigua. El baño podía abrirse. El sitio se abandonó con urgencia, la tormenta se levantó sin avisar hacía tiempo, y todavía estaban colgadas las toallas en sus soportes. Como esperaba, no había agua pero ver su imagen en el espejo le produjo un escalofrío. Había salido de su ciudad hacía dos semanas y parecía haber envejecido 50 años. La piel estaba reseca y cuarteada. Los labios, totalmente cortados, trataban de cubrir unos dientes que la arena había dejado sin esmalte y las encías ya no mantenían firmes. Sus ojos eran los de un loco, inyectados en sangre debido a las pequeñas heridas y rodeados de arrugas de piel blanca en contraste con el resto de la cara completamente quemada.
Había llegado el momento de comprobar sus reservas de agua, tenía que beber y lavarse.
El agua estaba perfecta. Su suerte estaba cambiando: primero el hotel y ahora el agua. No tardó en lavarse y saciar su sed. Sabía que tenía que hacerlo poco a poco después de tanto tiempo y lo hizo.
La cama de la habitación era una tentación muy grande...
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No sabía donde estaba, lo que veía no le era familiar. Poco a poco fue recordando lo que había pasado. ¡Había encontrado la ruta! Tenía que marcar la posición con la baliza para que pudieran ir a recogerle.
Recordaba perfectamente que había bajado dos plantas. No había pérdida, la escalera no subía más. Llegó al pasillo. Todas las puertas eran iguales y el día anterior no había tenido la precaución de marcar la que había atravesado.
Comenzó a probarlas una tras otra. Ningún picaporte cedía a su presión y ninguna puerta se movía... Cuando acabó con todas sin éxito volvió a intentarlo tratando de convencerse de que no había sido tan metódico como debía y se había saltado alguna. Después de cinco vueltas ya no podía seguir engañándose... estaba encerrado.
Antes de hundirse decidió explorar el resto del edificio en busca de una salida. Probó todas las puertas de la planta siguiente sin conseguir abrir ninguna. En la planta en la que había dormido encontró más habitaciones sin ventana, pero ninguna puerta se abría al otro lado del pasillo. Habría que derribarlas. Necesitaba un hacha.
Unas plantas más abajo encontró lo que buscaba. Junto al ascensor estaba el hacha esperando para ser usada en caso de emergencia. Este lo era. Sin perder un segundo subió las escaleras y arremetió contra la primera puerta. Al sacar el hacha un chorro de arena brotó por el agujero que acababa de abrir.
Media hora después el hacha estaba clavada en su pecho, casi cubierto por la arena que caía por los agujeros que había abierto en todas las puertas del pasillo...