- Buenas noches.
Ana levantó la mirada de su libro y la dirigió al hombre que saludaba desde la puerta del vagón. Una sensación entre sorpresa y desconfianza pasó por su cabeza. No es normal que la gente salude cuando entra al metro, aunque sea el último del día y vaya prácticamente vacío. El desconocido no parecía peligroso. Era un chico joven, con buen aspecto. Vestía bermudas y una camiseta blanca. Los pies dentro de unas gastadas sandalias. Y a la espalda una mochila de viaje. Lucía una agradable sonrisa, más en sus ojos que en sus labios.
Aún así, Ana no las tenía todas consigo. Volvió a bajar la cabeza hacia sus apuntes de derecho. Se acercaban los exámenes de septiembre y todo momento era bueno para hacer lo que no había hecho durante un verano de fiestas y playa. Había que asentar los conocimientos, como decía Grande, su profesor, ahora que estaban frescos después de una tarde de estudio en grupo. No te distraigas se dijo a sí misma. Pero ya era tarde, sus ojos habían visto una pequeña bandera en la mochila de su nuevo compañero de viaje y, ahora, su mente volvía sobre ese detalle.
Siempre le había gustado la idea de ser mochilera. Coger un tren a cualquier sitio e improvisar el viaje de ciudad en ciudad. La verdad es que llevaba años pensando en hacer el famoso interrail, pero nunca era el momento adecuado: exámenes, trabajos temporales, falta de dinero, falta de acompañantes... Dormir en albergues tampoco era algo que le llamara mucho la atención. Le atraía la libertad, pero necesitaba un empujón para aceptar el resto del paquete. Quería ser como ese chico. Su sonrisa transmitía felicidad y parecía que iba solo, sin depender de nadie y sin miedo. ¿Qué países habría visitado? Creyó recordar un ligero acento en su "buenas noches". No le había prestado atención en su momento pero, de nuevo, su mente se empeñaba en recordar. Podías hacer esto con el derecho romano también, regañó a su cerebro.
Ya estaba en países lejanos. Se veía visitando las pirámides de Egipto. Subiendo a la Acrópolis en Atenas. Saludando a la estatua de la libertad. Recorriendo Amsterdam en bicicleta. Tomando té en Japón. Admirando el coliseo en Roma... Roma, de Roma romano. ¡Derecho Romano! De vuelta al mundo real descubrió que su mirada estaba buscando más banderas en la mochila. Se avergonzó al darse cuenta de que el chico la estaba mirando. Mantenía su sonrisa. De nuevo su mirada a los apuntes. Su mente recordando las pequeñas banderas y tratando de darles nombres a sus países. Esta vez no hizo nada por parar su pensamiento y llevarlo al camino del estudio. Sabía que ya no había nada que hacer. Siempre le habían dicho que se distraía con mucha facilidad y no lo podía negar. Decidió que cuanto antes pusiera nombres a los diseños y colores antes podría volver a su derecho. Sabía que no sería así, pero aceptaba el engaño.
Había visto una bandera azul, con una cruz amarilla, eso es Suecia. ¿Será sueco? No era capaz de recordar el color de su pelo o de sus ojos, y ahora no iba a volver a mirarlo. Puede ser sueco, por qué no. La bandera de Gran Bretaña también la había visto, no había duda. Y la alemana, ella tenía una cazadora militar con esa misma bandera en el hombro. Le parecía haber visto también la hoja de arce. Tal vez era canadiense. Había alguna más, y sólo había visto un lado. Ella quería ser así, ¡viajera!
Antonio ya estaba harto de la mochila. La había comprado en una tienda de segunda mano. Necesitaba algo grande para llevarse sus cosas del colegio mayor. En un primer momento pensó en quitarle todas las banderas. No iba con él. El viaje más largo que había hecho en su vida había sido a la universidad. Lo tomó como una ironía, el último viaje de la mochila coincidiría con su vuelta a casa.
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